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domingo, 11 de mayo de 2014

"El Pecu"

            Hace mucho tiempo vivía un matrimonio compuesto por un molinero ruin y ladrón y su mujer presumida y envidiosa, que se hicieron ricos cobrando a sus convecinos precios muy abusivos. Cuando juntaron mucho dinero, traspasaron el negocio y se construyeron una casa señorial a la vera del monte, actuando de manera orgullosa y soberbia.
            En esto, la señora quedó embarazada, y esperaron altaneros y arrogantes y a un caballero bien plantado, inteligente y digno.
            Pero les salió un engendro bizco, con una oreja mayor que la otra y con nueve dedos en la mano derecha y dos grandes y gordos en la izquierda. Para colmo, en su frente le sobresalía un  bulto enorme, similar a un cuerno, con la punta blanca; y junto a la nariz una gran verruga con pelos. Su carácter encima era tosco, testarudo y malicioso. Ya de pequeño gustaba de torturar y sacrificar todo tipo de animales, lo cual era aplaudido por sus padres, siendo motivo de orgullo.
            Le mandaron a la escuela, pero era zopenco y pendenciero con sus compañeros, por lo que su maestro no le estimaba; además solo le consiguió enseñar las letras p y q porque fue incapaz de aprender ninguna más.  Pero de bruto que era, aún así las confundía. Por eso todos olvidaron pronto su nombre y, siguiendo la costumbre de los pueblo, le pusieron por apodo  “Pecu”.
            Un día en clase de matemáticas, repasando las tablas de sumar y multiplicar, el maestro le interrogó ¿Cuántas son una más dos? Como de números tampoco aprendió nada, el Pecu de quedó pensando y recordó que su padre hacía cálculos con los dedos de su mano, así que dedujo que una se refería a su mano izquierda y dos a la derecha, por lo que sumó sus dedos y orgulloso respondió ¡once!
            Las carcajadas de sus compañeros inundaron el aula, todos se partían de risa por la respuesta dada y, sintiéndose humillado, saltó sobre su esmirriado compañero de pupitre, que reía a mandíbula batiente, y le dio un gran pinchazo con su cuerno, aplastándole contra la pared; acto seguido arremetió contra todos los demás. El maestro incrédulo intentó intervenir, pero también le atacó, insultándolo y dejándolo maltrecho.
            De un salto subió a su escritorio destrozando todo mientras gritaba e insultaba al resto de los niños,  hasta que agarró el crucifijo de la pared y lo tiró al suelo rompiéndolo. En ese momento se oyó un fuerte y espeluznante sonido y quedó convertido en pájaro, parecido a un gavilán, de cabeza y lomo grisáceos, con el pecho y vientre rayados y su cola ancha con forma de escoba. Asustado graznó su nombre Pecu y escapó volando por la ventana.
            Desde aquel mismo momento se le escucha repetir incesantemente “pe-cu, pe-cu”, anunciando el regreso de la primavera mientras vuela entre las encinas y abedules de Cantabria.
            Víctima de tan repetitivo soniquete es el Ojáncano, que aburrido de escuchar la misma cantinela, no duda en usar su honda y lanzarle unas cuantas pedradas siempre que le tiene a tiro.
            Es malo incluso como madre, ya que siempre pone sus huevos en los nidos ajenos para que otros pájaros los incuben y cuiden de ellos.  Sus crías, cuando nacen, tiran y destrozan los huevos naturales de la especie en la que han anidado, y son adoptados y criados por los pobres pájaros, que piensan que sus hijos, esta vez, les han salido un  poco raros.
            Su maldad atormenta también a las mujeres, ya que este ave tiene el poder de decidir cuándo se van a casar, aunque, según el humor que tenga, a veces las fastidia y decide dejarlas solteras.
            Al principio de primavera regresa de lejanísimas tierras.  Es en esa época cuando las mozas casaderas se fijan y se enamoran de alguno de los muchachos del pueblo o alrededores; entonces, como manda la tradición, tienen que  salir al monte y buscar algún Pecu vigilante sobre la rama de uno de los árboles. Al verle, la moza debe fijar su mirada en él y con el fin de saber el número de años que faltan para su boda, decirle con voz suave (para no enfurecerle):
                                               “Pecu, Pecu, Pecu,
                                               colita de escoba:
                                               ¿Cuántos años faltan
                                               para la mi boda?.”

            Acto seguido la moza cierra los ojos esperando la respuesta del ave. Por ejemplo,  si canta “pe-cu, pe-cu” dos veces, es que faltan dos primaveras para su enlace.
            La que lo oye siete veces, diez o más, llora desconsolada imaginando su boda con algún viejo viudo en vez de con el mozo al que echó el ojo. Y se vuelve a casa llorando muy triste y afligida. Entonces las mujeres de su familia y amigas la consuelan, con la excusa de la poca habilidad en matemáticas del Pecu, que no sabía ni sumar uno más uno, y su alta posibilidad de error, animándola a acudir en años siguientes para ver si se ha equivocado; cosa que suele suceder.
            Pero el Pecu no solo conoce la fecha de las bodas, también sabe el momento en que  se va a morir una persona o un animal. Por eso, los días en los que está más furioso, se acerca la víspera a la casa en la que se va a producir un fallecimiento y lo anuncia por la noche cantando “pecu, pecu” varias veces, hasta que todos lo han oído y se pasan las horas tristemente pensando si le tocará a alguien de la familia o tendrán la suerte de que sea solo un animal.

            La leyenda del Pecu se cuenta  a los niños pequeños, para que estén muy atentos en la escuela y aprendan bien pronto a leer, no vaya a pasarles lo mismo que a aquel muchacho torpe, zángano y pendenciero que fue condenado a vagar por los montes de Cabuérniga, Saja y el Nansa durante toda la primavera, hasta que el día de San Juan, 24 de junio, marcha a otras tierras llevando una cereza en su pico.


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